¿Qué es la empatía?

Todos a nuestra manera podemos tratar de definir la empatía o el “ponernos en los zapatos del otro”, pero en realidad se trata de un constructo (herramienta utilizada para facilitar la comprensión del comportamiento humano) amplio y complejo que lleva décadas siendo un tema de estudio central para la investigación en salud mental.

La primera mención al concepto de empatía fue realizada por Robert Vischer en su ensayo de 1873 titulado “Sobre el sentido óptico de la forma: una contribución a la estética”, utilizando el témino alemán Einfühlung “sentirse dentro de” para retratar los sentimientos de la audiencia en un teatro. Este término fue rescatado por Theodore Lipps en 1906 para referirse a los estados mentales de otras personas como parte de su teoría de la compenetración. Lipps resaltó la imitación que algunas personas hacen de otras y como la percepción de la emoción de la otra persona despierta en nosotros los mismos sentimientos. Posteriormente, Bradford en 1909 tradujo el término Einfühlung al inglés “empathy” (Albiol, 2018).

Comprender la empatía requiere una evaluación completa de sus diferentes dominios. Desde una perspectiva histórica, el constructo de la empatía se ha estudiado desde al menos dos tipos de aproximación: el primero es saber qué piensan y sienten los demás y el segundo es identificar nuestra propia respuesta a los sentimientos ajenos (Srivastava & Das, 2016). Entendemos entonces por empatía la capacidad para experimentar de forma vicaria los estados emocionales de otros.

La respuesta empática incluye la capacidad para comprender al otro y ponerse en su lugar a partir de lo que se observa, de la información verbal o de la información accesible desde la memoria (toma de perspectiva) (Albiol, Herrera & Bernal, 2010).

Entendamos entonces que la empatía es por definición un constructo  de carácter multidimensional (metaconstructo) que ha ido evolucionando a lo largo del tiempo, y cuyos componentes poseen bases funcionales y sustratos neuroanatómicos diferentes, pero que se complementan para producir respuestas empáticas e interacciones sociales apropiadas.

Los componentes multidimensionales clásicos de la empatía han sido dos grandes sistemas: un sistema básico de contagio emocional relacionado con las neuronas en espejo (empatía afectiva) y un sistema más avanzado de toma de perspectiva relacionado con funciones cognitivas de alto orden (empatía cognitiva). El primer sistema hace referencia a sentir lo que siente la otra persona, mientras que el segundo significa comprender o intuir lo que la otra persona pudiera estar pensando. Ambos sistemas son necesarios para la generación y modulación de respuestas empáticas, pero pueden actuar independientemente o por separado tal como se evidencia por ejemplo, en el déficit empático (Filippetti, López, & Richaud, 2012).

Una reciente definición del constructo de empatía planteada por Goleman en 2017, agrega un tercer sistema a la perspectiva multidimensional: el interés empático, mismo que define como la capacidad de interpretar que es lo que las demás personas esperan de nosotros en determinadas situaciones o contextos (Goleman, McKee, & Waytz, 2017). 

En resumen, la empatía va más allá de “ponernos en los zapatos del otro”. Cada individuo tiene ciertas fortalezas o debilidades en los distintos dominios de la empatía ya mencionados. Existirán aquellos que por ejemplo no sean capaces de experimentar las emociones de los otros pero si puedan intuir qué pensamientos o situaciones pueden estar generando esa emoción.

En salud mental existen ciertas entidades que se caracterizan por dificultades específicas en los diferentes dominios de la empatía, entre ellos el Autismo, la conducta antisocial, el narcicismo y en algunos casos secundario a problemas afectivos como la depresión.

 


Habla con tu especialista de salud mental si has notado problemas o dificultades en experimentar empatía. Contáctanos.

Anterior
Anterior

Los psiquiatras en México

Siguiente
Siguiente

El miedo a los medicamentos psiquiátricos